Casi todo lo que hacemos en esta vida es por una necesidad de ascensión que nos perpetúe en el tiempo. Esta necesidad de alcanzar la eternidad es inherente al ser humano desde el inicio de los tiempos.
Un hombre rico mandará hacer una estatua para que se le recuerde en su pueblo a lo largo de los tiempos.
Un hombre pobre, que no tendrá medios para hacerse una estatua, buscará tener muchos hijos para perpetuar así sus genes y que estos recuerden y cuenten sus historias cuando ya no viva.
Los grandes faraones se construían pirámides para preservar sus cuerpos y así poder revivir durante toda la eternidad.
Los aztecas, y los actuales mexicanos, celebraban, y celebran, el Día de los Muertos, para recordar a todos los familiares que perdieron.
Un devoto hará ofrendas a los dioses para alcanzar la vida eterna en el paraíso (sea cual sea su religión).
Un ateo o agnóstico quiere ser recordado por sus logros en vida.
Sin querer caer en tópicos, este tipo de historias son solo algunos ejemplos de comportamiento humano que busca incesantemente no morirse nunca, o por lo menos no caerse nunca en el olvido. Dar un sentido eterno a la vida de cada uno de nosotros.
Esta búsqueda incesante de ascensión se manifiesta de miles de formas. En la religión, en la guerra, en los negocios, en cualquier profesión, en la vida familiar… Pero sea cual sea su forma expresiva, el Arte suele estar presente y sobresalir por encima de todas ellas. De tal forma, que la mayoría de las religiones, ya desde el Antiguo Egipto, sucumbieron a la tentación de dejar al ser humano crear Arte y Belleza, en vez de reservar el don de la creación a Dios.
Y ese fenómeno planteó otro dilema y dejó a una pregunta sin respuesta durante siglos: ¿Está el Arte al servicio del divino, o se convierte el propio Arte en divino?
En una sociedad que se está volviendo laica y con cada vez menos referencias divinas, el fenómeno de masas y de comunicación viral empezó a convertir a los artistas casi en semidioses – pero todavía sin haber contestado a la pregunta milenaria: ¿los seres humanos adoran lo que representan las formas de Arte, o adoran a los artistas y a las formas de Arte en sí mismas?
Han venido varias artistas a mi atelier, principalmente del mundo de la música, del cine y de la televisión, aunque también he tenido clientas del mundo de las letras y de las artes plásticas. Algunas de estas artistas son ya muy famosas, otras todavía en proceso, pero las horas que pasé con todas ellas me han dado un conocimiento de causa muy profundo sobre lo que es el mercado del Arte – no del Arte en sí, porque yo misma también estudié Arte, antes de mi carrera como diseñadora, sino del mercado del Arte.
Con todo lo que fui observando y aprendiendo, adicionalmente al dilema que antes he mencionado, me planteé nuevas cuestiones: ¿Dónde empieza realmente la creación artística? ¿Qué tiene qué ver el talento con el reconocimiento? ¿En qué momento uno/a se convierte en artista?
Cómo ya he dicho miles de veces, Lorena Panea no paga para vestir a nadie, por muy famosa que sea. Todas las artistas que vienen a mi atelier vienen por su propio pie. Esto siempre me otorgó la ventaja de conocer a artistas incipientes, otras emergentes (antes de ser famosas) y a otras ya famosas, pero siempre desde una perspectiva abierta y sincera. Y también conocer todas las dificultades que atraviesan estas mujeres rumbo al estrellato.
Hay algo que sí observo a menudo. He visto cómo ha evolucionado el comportamiento idólatra alrededor de varias de estas artistas, mientras que otras no terminan de alcanzar el mismo reconocimiento, y no necesariamente por un talento inferior.
El mercado del Arte suele ser la razón. La mejor productora de cine o TV, la mayor discográfica, una red de galerías de arte internacional… Megaempresas que pueden abrir todas las puertas, pero exigen que un artista se case con el diablo y deje de ser dueño de sí mismo, de sus propias creaciones. El precio a pagar es prostituir sus propias creaciones, lograr llegar a las masas – las que idolatran a cualquier cosa, pero no valoran nada.
Planteo entonces otra pregunta: ¿es eso todavía Arte?
Aunque la erótica de la fama y del poder sea suficiente para convertir a gente cualquiera en una referencia masiva – es decir, con reconocimiento – eso no siempre está alineado con la creación artística – es decir, con el talento.
Curiosamente, el mundo artístico que tiene la etiqueta de ser muy bohemio, abierto o integrador, suele rechazar fuertemente cualquier forma de prostitución artística.
De hecho, el arte sirve para criticar la sociedad, generar belleza en donde menos se espera o simplemente expresar sentimientos – pero en ningún caso se puede usar el arte en pro de intereses económicos, porque eso inmediatamente lo convierte en “no arte”.
Porque eso es un artista. Un artista crea en la calle, en un escenario, en un estudio, en un taller, un atelier, una pasarela o en una servilleta.
Un artista es alguien que nunca lo sabrá todo, pero jamás pierde la necesidad de seguir evolucionando, por encima del dinero, la fama, o incluso una vida cómoda, sin ansias ni prisas. Como un semidios.
Porque el arte prostituido nunca será Arte. Porque solo la libertad puede crear Arte. Porque, como decía Ingmar Bergman: solo el Arte puede inmortalizar al ser humano.