INFLUMIERDER

Siempre dije, en un principio, que en la moda me parecía revolucionaria la figura de las bloggers, instagramers, influencers… Por primera vez en la historia, la moda no estaba dictada ni por las pasarelas, ni por las revistas, ni por celebrities pagadas para imponer un estilo a las mujeres comunes.

Desafortunadamente, esto ha durado poco. Quizás sea el dinero que (casi) todo corrompe, pero lo que pensé que iba a dar una nueva vida a la moda, enseguida se prostituyó y actualmente no es más que un circo de manipulación y falsedad que cualquier mujer inteligente empieza a repudiar – leeros el foro www.cotilleando.com, que recomendé en mi IG Stories no hace mucho, y veréis todo tipo de trapicheos, bulos y falta de valores de las influencers, lo que ha llevado a los lectores y escritores del foro a definirlas como influmierders en clave de humor…

Centrando la discusión en lo que más me importa como diseñadora de moda, he querido hacer una reflexión que vaya más allá de la figura de las influencers, sin querer limitarme a criticarles sino en analizar todo este trasfondo. En mi opinión hay algo grave en todo ello y no es necesariamente obvio.

Cualquier egiptólogo os podrá contar como la mujer siempre tuvo pleno derecho en el Antiguo Egipto, hasta que llegó el Imperio Romano de Octavio Augusto y limitó los derechos de las mujeres a nivel de emancipación, adulterio e incluso a nivel de estilismo – allá por el siglo I – con la única intención de que estas se limitasen a su rol reproductor, con el objetivo de seguir teniendo tropas para los ejércitos del Imperio.

No fue hasta principios del siglo XX que las sufragistas lucharon y murieron para que cualquier mujer tuviera derechos tan fundamentales e igualitarios – como poder votar.

Ya en los locos años 20 (más o menos la época de nuestras abuelas o bisabuelas), movimientos sociales “subversivos” permitieron nuevos roles de género a las mujeres, que podían finalmente tener comportamientos que hasta entonces les estaban vetados, pero que siempre estuvieron permitidos a los hombres – como ser dueñas de sí mismas, poder trabajar y cobrar un sueldo, poder fumar, acudir a clubs de Jazz, etc… Fue entonces que diseñadores, como Coco Chanel, cambiaron los estilismos femeninos para permitirles nuevos roles de género.

A finales de los 60 y durante los 70, llegó la revolución sexual y la liberación de la mujer. Perdón, quería decir la “equiparación” de la mujer. Las mujeres finalmente podían decidir si querían casarse o no, si querían tener cualquier otra orientación sexual, podían optar a tener hijos o no, decidir unilateralmente si se querían divorciar, etc…

Todos estos avances magnánimos por los cuáles hemos tenido que esperar 20 siglos (¡!) para poder aspirar a tener unos derechos mínimamente similares a los del sexo opuesto… Hasta que volvemos a tirar al traste toda esta evolución, a cambio de única y exclusivamente obtener fama y dinero, o simplemente obtener “likes”…

Para empezar, parece que cualquier valor se ha extinguido entre esta especie de influencer vacía de contenido. Lo único que veo que se promociona es ser consumista, estar perfecta en todo momento, viajar para hacerse fotos bonitas y ser “la esposa de” como única meta en la vida, valores que son claramente de involución, después de todo lo que han podido conquistar nuestras abuelas.  ¿A eso nos tenemos las mujeres que limitar a aspirar de nuevo?

¿Por qué no hablan estas nuevas influencers de arte, cultura, cambio climático, su vida profesional, o incluso de moda como ciencia social? Más allá de que “hay que comprar algo porque es superbonito”, hacerse tratamientos con ansias de belleza que ninguna generación tuvo anteriormente, o de una boda llena de clichés, como si eso fuera el (único) gran momento de la vida de una mujer.

Ojo, no me malinterpretéis, nada de lo que digo está reñido con la moda, con el querer tener determinada estética, con el deseo de ascender en la vida, un deseo que cualquier ser humano lo tiene de forma casi innata.

Soy diseñadora de moda, sé más que nadie el poder que tiene la imagen de cada una de nosotras en la percepción. Y sé que la imagen – nos guste o no – es uno de los primeros escalones que tenemos cualquier persona para subir en la escala del poder o de la ascensión, no solo social sino incluso a nivel personal, con sentirnos bien con una misma. Pero este no puede ser el único objetivo, ni el fin único de ninguna mujer.

A la par de nuestra imagen, tiene igual o incluso mayor importancia nuestro talento, nuestra inteligencia y nuestros valores como personas – pero, desafortunadamente, parece que no tiene importancia para las influencers que despuntan. Solo interesa “comprar mucho”, hacerse retoques estéticos y estar “perfecta” siempre – tener el máximo de “followers” y “likes”, una forma contemporánea de adquirir fama y poder, cómo si eso nos volviera mejores mujeres. ¡Menuda forma de tirar al traste 20 siglos de lucha feminista!

Lo que quizás no sea obvio, pero seguramente cierto, es que el problema no está necesariamente en las influencers. Sí que hay mucha influencer tonta, fútil e ignorante, pero también las hay seguramente inteligentes, empoderadas y ejemplares. Pero desafortunadamente, quizás la inteligencia de estas mujeres no le importe a nadie.

Observo a masas de gente que idolatra a estos personajes, aunque estos hayan hecho poco o nada para ser idolatrados, más allá de ser unas niñas monas que publican fotos a cada día.

¡Idolatran a cualquier cosa y no aprecian nada! ¿Así se define la sociedad?

Sospecho que estamos delante de, una vez más, una perspectiva machista de ver a la mujer.

Probablemente una influencer no sea nadie más que una víctima de su propia fama y belleza. Víctima de un bando de gente que usas las redes como forma de voyerismo y que acosa a una chica que de forma inconsciente abre su vida para que la acechen los demás, sin cualquier interés por lo que una es como persona y única y exclusivamente interesados en su físico y en la erótica de su poder o de su fama.

Innegablemente, esta es una forma de ver a la mujer como un objeto y, en mi opinión, una forma de seguir atribuyéndonos exclusivamente un rol reproductor, como se nos ha atribuido durante 20 siglos.

Recientemente pude ver una exposición de fotos artísticas en la que me llamaba la atención la obra de una fotógrafa – Elisa González Miralles. En su proyecto artístico llamado Wannabe, Miralles decidió fotografiar a las famosas baby dolls japonesas, muñecas que fácilmente se confunden con mujeres reales – una idea obviamente desconcertante, en el sentido de que muchas veces no sabemos si vemos a una muñeca o una mujer de verdad.

La reflexión de esa obra llevaba a una idea igual de desconcertante, que es el hecho de que muchas mujeres se quieren también parecer a muñecas, claramente un camino que muchas mujeres encuentran para lograr dinero, poder e incluso ascensión social, en una sociedad que a menudo no les apremia por su inteligencia o logros profesionales.

Así que mi reflexión va un paso más allá: ¿no será la sociedad quién realmente prefiere vernos a las mujeres cómo muñecas? ¿No estarán estas chicas adoptando simplemente el rol que esperan de ellas?

Lorena Panea

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