Los vestidos de novia deberían ser un reflejo de la personalidad de quien los lleva. Se nota cuando una novia defiende su vestido: gana en seguridad, belleza y elegancia. Puede sonar a tópico pero en este caso es cuando tienes que ser más tú que nunca, o te arriesgas a parecer un fraude en tu boda.
Es por ese principio que no hay vestidos de novia mejores o peores y no siempre los más trabajados son con los que mejor vas a lucir – ¡o sí! Depende de la mujer que eres (no de lo que te digan otras mujeres).
La verdad es que la búsqueda del vestido de novia perfecto puede ser infinita porque siempre habrá algo que te gusta, pero lo perfecto no existe: el mejor vestido es aquel que llevas sin preocuparte por el qué dirán, aquel con el que sientes la libertad de disfrutar de tu día y con el que eres tú y solo tú.
Carolina tenía una idea de vestido y, entre sus ideas y las mías y después de varias pruebas intermedias, lo conseguimos: que luciera como nunca en el día de su boda.
Su vestido era totalmente en gasa, con una falda de capa que le daba movimiento y ligereza. La parte superior era ligeramente ablusada, con el detalle de unos mini madroños en la cintura.
Durante la ceremonia, la novia suele dar la espalda a los invitados, por lo que suele ser importante que el vestido tenga algún tipo de creación bonita en esta parte. Decidimos dar ese toque de atención a los tirantes, adornándolos con una puntilla en tul bordado que se alargaba hasta la espalda formando un pronunciado escote redondo.
Una corona y un ramo en tonos malvas y blancos complementaron el estilo bohemio del vestido y conectaron el look con la naturaleza que rodeaba el evento.
Tal y como os decía, puede que este vestido no diga lo mismo puesto en otra persona o que ni siquiera llame la atención colgado en una percha, pero en Carolina lo decía todo. Era SU vestido, con el que ella se sentía identificada y eso hacía que el vestido adquiriese vida propia mostrando su belleza y esencia única.
Lorena Panea