Una mujer que tiene un niño pequeño y no es contratada porque “claro, los niños pequeños se ponen malos muy a menudo y seguramente ella tendrá que faltar mucho al trabajo por ello”.
Otra mujer que tampoco es contratada porque tiene casi 40 años y no tiene hijos “todavía, por lo que pronto se le pasa arroz y seguramente querrá tenerlos y tendrá que estar de baja”.
Una profesional totalmente válida pero que, según la mayoría de los comentarios, sube en su carrera “por ser guapa y chupar poll*s”.
Alguien como yo que sale a correr y me acosan diciéndome de todo, desde un viejo asqueroso a un adolescente mal educado.
Una joven que se enrolla con algún ligue y prefiere no ir a más, pero el tío la forceja y los demás le dicen que “no tenía que haberse liado y debería haberse hecho respetar”.
No son historias que he leído en el periódico. Conozco de primera mano todos estos casos, con nombres y apellidos. Casos que han pasado a mujeres, por el mero hecho de ser mujeres. Porque a las mujeres nos están constantemente diciendo, insinuando, imponiendo que nuestro cuerpo no es nuestro, que saben mejor lo que es mejor para nosotras, que nunca somos lo suficientemente buenas.
Además, lo veo a cada día hasta en mi negocio.
En mi atelier, todas las semanas, escucho a madres diciéndome que sus hijas “tienen mucha cadera, o mucho pecho, o están demasiado gordas, o demasiado delgadas”, entre muchos otros tipos de complejos, todo ello delante de sus propias hijas. Por encima de lo que son cada una de ellas como mujer, seres humanos y en todos los casos un tipo de crítica totalmente infundado, hacia mujeres perfectamente atractivas.
O el caso de la foto del vestido blanco de arriba, uno de mis primeros diseños poco después de haber abierto mi primera tienda, en este caso en mi tierra natal. Este vestido, en dos ocasiones distintas, dos compradoras que estaban super entusiasmadas con el diseño, me lo devolvieron al día siguiente porque, en un caso su madre y en el otro su novio, les dijeron que era “muy llamativo” y qué a “donde iba así vestida”.
Ya para no hablar de la cantidad de diseñadores y marcas misóginas que en ningún momento exponen a la mujer como es y como esta quiere ser, sino como lo que la sociedad espera de ellas, exponiéndolas como princesas dulces y delicadas, las cuales siempre han de estar bellas y ser perfectas (véase el ejemplo del popular hagstag #invitadaperfecta o #noviaperfecta).
Este tipo de historias no suelen pasar a los hombres. Perdón, miento, sí que pasan a algunos hombres. Algunas de estas cosas también pueden pasar a hombres de diferentes culturas, etnias, orientaciones sexuales, etc… Todo aquel que no encaje en el estereotipo de hombre, blanco y conservador, está en constante riesgo de ser ninguneado en una sociedad hecha por hombres, blancos y conservadores – y no necesariamente más inteligentes que cualquier otro colectivo.
Entonces, no soy capaz de explicar los ignorantes argumentos que ciertas personas utilizan para decir que “no son feministas”. Porque en ningún caso, el feminismo va de la superioridad de la mujer, o beneficiar en mejor medida a cualquier mujer sobre un hombre. Me arriesgo incluso a decir que el Feminismo no va ni siquiera de Igualdad, sino de igualdad de oportunidades. Porque todas las historias que he contado arriba prueban que todavía no existe la igualdad de oportunidades (ni para mujeres, ni para ningún colectivo que no encaje en lo “estándar”), ya sea en el trabajo, a la hora de vestirse, a la hora de expresar opiniones, a la hora de elegir un modo de vida, o en muchos casos dentro de una pareja.
Por todas esas razones, hoy estaré en la manifestación feminista de Barcelona, para sumar mi granito de arena y así decir al mundo que se pueden construir alternativas más inteligentes y justas, para las mujeres y cualquier colectivo desfavorecido.
Porque, tal y como dice la famosa camiseta de Dior, creada por la gran Maria Grazia Chiuri: “We should all be feminists”.
Lorena Panea