Ya os he comentado en entradas anteriores el desafío que supone trabajar para novias. No solo porque supone un reto de diseño, materiales y patrones, sino también porque son clientas más indecisas, prueban decenas de vestidos y suelen cambiar de idea fácilmente. Siempre les digo a mis novias que a mayor cantidad de vestidos que se prueben más dudas tendrán de qué es lo que quieren. Eso es lo que pasa en la mayoría de los casos.
Pero luego hay ejemplos como el de Esther, una de mis novias de este año, que acudió directamente a mí para que hiciera de su vestido una realidad.
Esther es una emeritense enamorada de los caballos, con una belleza natural del sur que no pasa desapercibida y con una forma de ser tan natural como equilibrada. Cómo tal, su boda tenía que estar a la altura de toda su belleza como persona. Todo ocurrió en uno de los lugares más bonitos de España – el monasterio de Guadalupe en Cáceres, considerado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco – y con una celebración en plena naturaleza.
Esther venía con algunas ideas claras: un estilo romántico, campestre y cómodo. Las novias millenials quieren evitar preocupaciones por su vestido de novia, simplemente quieren disfrutar de su día y que su vestido sea parte de toda esa experiencia. Después de probar solamente 3 vestidos, ya teníamos las opciones para el diseño. Y la opción elegida por Esther fue sin duda la más especial. Dejadme que os cuente por qué.
El vestido por la parte delantera guardaba la línea minimalista y romántica que buscaba Esther con una cintura con adornos llanos y silvestres. Sin embargo, el destaque se reservó para la espalda, con una cola en tul bordado vintage auténtico, que hizo de este vestido realmente algo único en el mundo e imposible de repetir. En el escote, unas puntillas del mismo tejido asoman tímidamente enmarcando la forma en uve y realzando el estilo femenino que siempre busco proporcionar a todos los vestidos que diseño.
El adorno en el pelo y el ramo, ambos con flores reales preservadas, conjuntaban el vestido con el entorno y con la tierra que compartimos Esther y yo. Un entorno campestre, natural y rural. Un paisaje con mucho encanto.
Esther podría haber recorrido cientos de tiendas y probarse miles de vestidos pero la magia de una boda no está en encontrar el mejor de los mejores vestidos. No le veo sentido ni romance en que una se intente adaptar a un vestido ya producido (y seguramente del montón) – estoy segura que ninguna de nosotras tampoco busca encontrar una persona estándar e intentar adaptarse a su pareja, ya que el amor siempre ha de ser cosa de dos.
Creo que tiene mucho más sentido crear, adaptar a ti misma y al mensaje que quieres transmitir en ese día, el vestido que siempre has querido y creédme cuando digo que eso hará del todo algo mucho más mágico y encantador. Tal como el amor.
Lorena Panea